viernes, 1 de febrero de 2013

A MODO DE PREGÓN

"...GRITOS JUBILOSOS POR LOS QUE ESCAPA LA CONTENIDA EMOCIÓN. COHETERÍA FULGURANTE QUE ESTALLA EN SECOS ESTAMPIDOS. HIMNOS DE AMOR QUE SE ELEVAN AL CIELO EN LA NOCHE PERFUMADA..."
(JOSÉ A. GARCÍA NAVARRO)

Confieso no haber podido resistir la tentación de rebuscar entre mis viejos papeles hasta encontrar algunos programas de fiestas que los años han ido amarilleando; en estos antiguos programas, cuya lectura despierta mis sentimientos de nostalgia, se nos habla de unas fiestas entrañables que formaron parte de la vida de nuestro pueblo. Fiestas llevadas a feliz término con más ilusión que medios a fuerza de trabajo y entrega, pese a la escasez de unos tiempos que, por ser pretéritos, nos suelen evocar los mejores recuerdos.

Aquellas niñas que coronaron a la virgen en una noche de júbilo y emoción, hoy son madres que albergan la secreta ilusión de que sean ahora sus hijas quienes puedan descender del luminoso templete a coronar las sienes divinas para volver a sentir nuevos júbilos y nuevas emociones.


Niños que, por serlo, vivieron aquellas fiestas con inocente plenitud entre juegos y travesuras, hoy son adultos que andan robándole horas a su tiempo para hacer que los festejos de agosto sigan siendo una realidad. Hombres maduros que entonces dieron todo su saber y su experiencia que, de muchos de ellos, tan solo perdura su memoria.

Y aquel pueblo huertano, pequeño y entrañable, que no pudo resistir el avance de los tiempos, va cambiando su fisionomía a golpes de progreso. ¡Qué distinta aquella Raya de nuestros años de escuela! y, sin embargo, qué poco ha cambiado en el sentido de sus fiestas" El hombre cambia la envoltura, pero la esencia siembre sigue viva; acaso adormecida, pero tremendamente lúcida.

Estas fiestas son un motivo de orgullo para La Raya. El crisol donde se forja todo lo que de bueno y espiritual conserva nuestro pueblo. Ese paréntesis amable y humano que hace más fácil la convivencia en estos días que acrecienta el esperado retorno del ausente y, quizás, el reencuentro con la vieja fe un tanto adormecida.

Podrá ser La Raya un pueblo desunido e insolidario en muchas cosas, un pueblo intolerante y enfrentado en otras tantas, pero siempre habrá lugar para la comprensión y la convivencia cuando el cálido agosto nos trae la realidad de nuestras fiestas patronales, y es entonces cuando se arrojan las armas que desunen y se iza la bandera de la amistad.

Luego, cuando todo concluye, cuando las noches de música y verbenas ceden a los ecos del silencio y la vida rutinaria recobra paulatinamente su normalidad, muchos rayeros pensamos que esa bandera de amistad no debería arriarse nunca.

C.CERMEÑO MARTÍNEZ

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