miércoles, 4 de septiembre de 2013

UN DÍA EN LA TORRE DEL CAMPANARIO

"En este sitio subí a ver los aviones con Andrés Teruel Carrillo el día 7 de noviembre de 1936"
F. Fernández

(De un manuscrito a lápiz redactado sobre la pared interior del campanario)

Toda una época se encuentra reflejada en las cuatro paredes del campanario de nuestra iglesia, entre el bronce verdoso de sus campanas y los resecos maderos que sostienen la cúspide.

Basta echar una ojeada a esas mismas paredes para introducirnos en una curiosa lectura de frases simples, pequeñas anécdotas, que hacen volver el recuerdo a un tiempo que ya se fue. Es algo así como el encuentro con unos retazos de historia local, escritos en su mayoría sabe Dios hace cuándo y con qué intención.

"¿Quién fue aquél Víctor Valencia que escribió su nombre y edad -39 años- en 1901? ¿Qué movió a tantos otros a dejar su huella manuscrita con apresurado trazo?

La frase que citamos a modo de lema nos trae ecos de un pasado con sabor de cercano. Quizá si esa torre nos hablara a nosotros, a los jóvenes, a los que por edad no alcanzamos a conocer al ayer de nuestros mayores, tal vez nos pudiera contar algo de lo que hicieron unos hombres, con un concierto de blasfemias en sus bocas, de aquel desolado paisaje interior, de aquellos trozos de escultura de ojos vacíos y sonrisa desgarrada, de aquellas impías burlas con aires bullangueros, entre el humazo denso del incienso y la amenaza de unos puños cada vez más cerrados.

Época de lágrimas y guerra, hambre y sufrimientos; una época difícil que ya pasó, porque la propia Historia, al andar su camino, dejó atrás el ayer brumoso y alboreó la realidad del hoy feliz que todos conocemos. Ahora, entre el tejado chato y el azul puro del cielo, contemplamos la figura de nuestra pequeña torre, refulgente de topacios en las luces primaverales. Para ella el pasado solo fue una pesadilla fingida, un sobresalto desvanecido en el correr de los años.

Ahora ya se han apagado los rescoldos de aquella lumbre de odios que un día prendiera entre hermanos. Pero ¿Subsiste? ¿O se ha olvidado? El rencor por los sufrimientos causados, el fantasma de mil afrentas y humillaciones...

La Raya es hoy un pueblo semejante a todos, una localidad con sus rencillas y sus decires domésticos, con sus aspiraciones e inquietudes, con sus gentes que de mil cosas de todos protagonizamos, mas impera también el deseo de una justa y real convivencia -velada solo, a veces parcialmente-, de una unión espiritual y social cada vez más palpable.

Las fiestas de agosto (las fiestas son la identificación de unos con otros) cumplen este deseo irrevocable de nuestras gentes, de nosotros.

Agosto es un paréntesis aleccionador, un pequeño alto verídico en esa lucha de mentirijillas que libramos el resto del año. Igual que en todos sitios.

Por eso si nos preguntan qué pasa, qué fue, qué es o qué será La Raya, debemos contestar, sencillamente, que La Raya ha sido, es y será, tan solo... un pueblo.

Cecilio Cermeño Martínez.

3 comentarios:

Antonio José Blanco Teruel dijo...

Qué emocionante. Ese Andrés Teruel Carrillo era mi abuelo, un abuelo al que no llegué a conocer.
Antonio José Blanco Teruel

Unknown dijo...

Acabo de ver este escrito y tengo la carne de gallina al leer el nombre de mi padre....Andrés Teruel Carrillo.
Cuanta miseria y cuanto dolor tenían en esos momentos estos dos hombres en el campanario de su pueblo. Pasaría poco tiempo para llamarlos a filas y ver de cerca el horror de la guerra.
"Que buen hombre, que buen padre y marido fue"

Unknown dijo...

Se me ha puesto la carne de gallina al ver esto. Mi padre, Andrés Teruel Carrillo. Cuánta miseria pasaron y poco después descubrió el horror más grande, el de la lucha en la guerra.
Qué grande persona, padre y marido fué.
Tu hija María que apenas te pudo disfrutar.

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