LAS DIFICULTADES POR LAS QUE ATRAVESABA LA COFRADÍA DE SAN ANTONIO, SUS INCIERTAS PERSPECTIVAS DE FUTURO Y LA FIRME DECISIÓN DE UN PÁRROCO MUY EMPRENDEDOR Y ACTIVO, HICIERON POSIBLE EL MILAGRO: LA LLEGADA DE NTRA SRA DE LA ENCARNACIÓN, EN JUNIO DE 1798.
Roque López tallando la Virgen de la Encarnación Imagen de P. C. Cermeño |
Muchas veces nos hemos preguntado cómo es posible que una iglesia que se encontraba bajo la advocación de la Virgen de la Encarnación, desde su propia fundación en el siglo XVI, no tuviese ninguna representación física de la Patrona. Ignoramos las causas, aunque nos inclinamos a pensar que el motivo fue una larga serie de circunstancias que motivaron la carencia de esta imagen. Las fuentes de investigación más fiables fueron, sin lugar a dudas, los libros de nuestro Archivo Parroquial en los que observamos que, de manera indistinta, se dice: "Parroquia de la Asunción, de la Encarnación o de la Anunciación", que abre el encabezamiento de las diferentes partidas de bautismo y defunción de los citados libros cuyo ejemplar más antiguo data del año 1602.
En los años finales del siglo XVI la Iglesia estableció la obligación de registrar documentalmente la administración de sacramentos, y por lo tanto la anotación de las diferentes partidas de Bautismo y Difuntos, principalmente, puesto que otras como las de Matrimonio, Comunión o Confirmación suelen aparecer en estos, en forma de notas marginales. El primer libro de Bautismos se comienza a redactar por el párroco titular don Pedro Marco que anota las primeras inscripciones el día 6 de enero de 1602, Epifanía del Señor y menciona expresamente: Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación. Posteriormente otros párrocos utilizarán este mismo término y también los antedichos. Otra fuente documental importante hubieran sido los llamados Libros de Fábrica, pero estos debieron extraviarse, como se perdieron los de Difuntos, correspondientes al siglo XVII, por lo que no han trascendido hasta nosotros, perdiéndose con ellos una valiosísima información.
Nos centramos, pues, en el estudio exhaustivo de toda la documentación del siglo XVII contenida en los Libros Bautismales, no hallando ningún dato que releve una conmemoración destacada o fiesta relativa a la Virgen de la Encarnación, ni se menciona celebración litúrgica o procesional alguna, así como tampoco aparece en los libros del siglo XVIII, en ninguna nota marginal de las muchas que hay escritas, por lo que la presencia física de la Patrona, en forma de imagen, tapiz o pintura, debemos considerarla inexistente hasta 1798. Tampoco consta que hubiese ninguna Hermandad bajo su advocación; sí existió sin embargo la de Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de los Remedios; y por supuesto, a partir de 1745 ó 1746, la de San Antonio de Padua, que es la que organizaba una fiesta anual al Santo. La naturaleza de estos eventos cívico-religiosos que se celebraban anualmente, y que tenemos perfectamente documentados, tenían todo el carácter de unas auténticas fiestas patronales, con novenarios, solemnes misas, disparo de pólvora, música de dulzainas y una multitudinaria procesión por las calles del pueblo.
Pero la Cofradía de San Antonio, desde su fundación hasta finales de ese siglo, atravesó algunos periodos difíciles, a veces con una merma considerable del número de sus cofrades, penurias económicas motivadas por la pobreza y calamidades de la sociedad de aquellos días, también rilas, rivalidades, apatía y desgana y consecuentemente largos periodos de inactividad que se traducen en años sin fiestas ni acto importante alguno. por ello, cuando el 15 de junio de 1794 se celebró un nuevo Cabildo de la Hermandad, tras siete años de suspensión, don Josef Nicolás Merchante, que presidió el cabildo por ser el titular de la parroquia en ese momento, y a la vista de los acuerdos adoptados en él y las nuevas condiciones que se pretendían establecer (entre otras la limitación a 42 del número de cofrades y que solo los cuatro hermanos directivos de la Hermandad sufragasen la fiesta del Santo), pensó que de nuevo su funcionamiento estaría condenado al fracaso- Era, pues, necesaria una solución duradera y que el pueblo tuviera sus fiestas grandes, como en los mejores años de la cofradía. ¿Y qué mejor -pensó para sí- que hacerlas a la Patrona del pueblo, aunque no existiese imagen de ella en ese momento?...
Estudió todas las posibilidades, meditando profundamente la importante decisión que iba a tomar y valorando alguna que otra reticencia que se podía encontrar entre la gente notable del pueblo, como los Hernández, los Planillas, Miretes, Carrillos, Riquelmes o Mieles, vinculados a la Hermandad de San Antonio. Pero Josef Nicolás Merchante era un hombre muy activo, temperamental y emprenddedor, pese a su delicado estado de salud. Así que marchó a Murcia y se entrevistó con un escultor muy afamado en aquella época, Roque López, bautizado en el vecino pueblo de Era Alta y discípulo que había sido del gran maestro Francisco Salzillo, con el que acordó la hechura de una imagen de la encarnación con el Ángel anunciando el misterio que el escultor se comprometía a hacer en el plazo más breve posible, acordándose la suma de 1500 reales de vellón por el trabajo del artista.
Sabemos que hubo algunos escritos de apremio aunque no han quedado huellas documentales de ellos y algún que otro viaje del párroco al taller del escultor para seguir de cerca el desarrollo de la obra. Finalmente, el 2 de junio de 1798, la ilusión y espera de Josef Nicolás Merchante y de tantos otros fieles rayeros, que conocían el encargo hecho al artista, se vio gratamente compensada con la llegada a la parroquia de la nueva y única imagen de Nuestra Señora de la Encarnación. Tuvo que ser un momento de emoción inenarrable.
(Aún así, el 8 de julio de ese mismo año de 1798 se celebró el que iba a ser el último cabildo de la Hermandad de San Antonio; el acta correspondiente está escrita y firmada, pero ya no aparecen los nuevos cofrades-directivos para el año siguiente, considerándose "de facto" suspendida. Joséf Nicolás Merchante solo pudo disfrutar de la presencia de la Patrona cuatro años más, ya que falleció el día 24 de junio de 1802, siendo inhumado al día siguiente en la capilla del Rosario; fue el último rayero que recibió sepultura en el interior del templo.
Pero la Cofradía de San Antonio, desde su fundación hasta finales de ese siglo, atravesó algunos periodos difíciles, a veces con una merma considerable del número de sus cofrades, penurias económicas motivadas por la pobreza y calamidades de la sociedad de aquellos días, también rilas, rivalidades, apatía y desgana y consecuentemente largos periodos de inactividad que se traducen en años sin fiestas ni acto importante alguno. por ello, cuando el 15 de junio de 1794 se celebró un nuevo Cabildo de la Hermandad, tras siete años de suspensión, don Josef Nicolás Merchante, que presidió el cabildo por ser el titular de la parroquia en ese momento, y a la vista de los acuerdos adoptados en él y las nuevas condiciones que se pretendían establecer (entre otras la limitación a 42 del número de cofrades y que solo los cuatro hermanos directivos de la Hermandad sufragasen la fiesta del Santo), pensó que de nuevo su funcionamiento estaría condenado al fracaso- Era, pues, necesaria una solución duradera y que el pueblo tuviera sus fiestas grandes, como en los mejores años de la cofradía. ¿Y qué mejor -pensó para sí- que hacerlas a la Patrona del pueblo, aunque no existiese imagen de ella en ese momento?...
Estudió todas las posibilidades, meditando profundamente la importante decisión que iba a tomar y valorando alguna que otra reticencia que se podía encontrar entre la gente notable del pueblo, como los Hernández, los Planillas, Miretes, Carrillos, Riquelmes o Mieles, vinculados a la Hermandad de San Antonio. Pero Josef Nicolás Merchante era un hombre muy activo, temperamental y emprenddedor, pese a su delicado estado de salud. Así que marchó a Murcia y se entrevistó con un escultor muy afamado en aquella época, Roque López, bautizado en el vecino pueblo de Era Alta y discípulo que había sido del gran maestro Francisco Salzillo, con el que acordó la hechura de una imagen de la encarnación con el Ángel anunciando el misterio que el escultor se comprometía a hacer en el plazo más breve posible, acordándose la suma de 1500 reales de vellón por el trabajo del artista.
Sabemos que hubo algunos escritos de apremio aunque no han quedado huellas documentales de ellos y algún que otro viaje del párroco al taller del escultor para seguir de cerca el desarrollo de la obra. Finalmente, el 2 de junio de 1798, la ilusión y espera de Josef Nicolás Merchante y de tantos otros fieles rayeros, que conocían el encargo hecho al artista, se vio gratamente compensada con la llegada a la parroquia de la nueva y única imagen de Nuestra Señora de la Encarnación. Tuvo que ser un momento de emoción inenarrable.
(Aún así, el 8 de julio de ese mismo año de 1798 se celebró el que iba a ser el último cabildo de la Hermandad de San Antonio; el acta correspondiente está escrita y firmada, pero ya no aparecen los nuevos cofrades-directivos para el año siguiente, considerándose "de facto" suspendida. Joséf Nicolás Merchante solo pudo disfrutar de la presencia de la Patrona cuatro años más, ya que falleció el día 24 de junio de 1802, siendo inhumado al día siguiente en la capilla del Rosario; fue el último rayero que recibió sepultura en el interior del templo.
P. C. Cermeño Martínez
C.E.R.
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